Muchas gracias, Ángel por tu amable presentación.
¡Buenas noches, queridos vecinos, amigos e invitados presentes en nuestras fiestas!
El año
pasado, durante un paseo vespertino, ya me amenazó el Sr. Alcalde con la posibilidad
de pregonar las fiestas. Me inquietó la idea, pero confié en que finalmente
alguien nacido en Monleras y con méritos más
destacados que los míos acudiría a desempeñar tan
honroso papel.
No ha podido
ser y aquí me tienen, algo nerviosa, como una jugadora novata cuando su
entrenador -en este caso su alcalde- le dice aquello de: “¡calienta, que
sales!”.
Realmente es
un honor, pero también una responsabilidad para mí ocupar este escenario.
Trataré de salir del paso compartiendo con vosotros algo tan personal como es
mi vinculación con Monleras.
En 1986,
casi en la prehistoria, mientras era estudiante en Salamanca, conocí a José
Antonio, mi marido, que muy pronto me habló de su querido pueblo de Monleras.
A mí, que andaba iniciándome en esto
de la Filología, me intrigó el topónimo, pues el nombre era sonoro y llamativo:
“Mon…¿qué? “Mon-le-ras”.
Más adelante supe la procedencia
del término, relacionado con las molineras o molinos o aceñas, pues eran muchos
los que había en el río y la ribera dedicados a moler el grano que con tanto
sacrificio producía esta
tierra.
Por si el
origen del nombre fuera poco llamativo para mí, al poco tiempo descubrí que el
pueblo contaba, además, con un anfiteatro, producto del esfuerzo colectivo de
sus habitantes.
Parecía una señal del destino. ¡Un
anfiteatro a unos pocos kms de Salamanca! Para alguien interesado en la cultura
grecolatina, aquella noticia fue como darle a
Indiana Jones un mapa del tesoro. Había que ir a descubrirlo.
Pronto comprobaría que se trataba de un auténtico teatro al estilo clásico, pues recostado sobre una suave pendiente contaba con graderío, proscenio y escena, todos ellos de granito, imperecedero material con que están hechas muchas de las grandes construcciones romanas.
Por aquel
entonces yo me había quedado sin pueblo.
Durante la
infancia solía pasar los veranos en la provincia de Palencia, ya que mi madre
es de un pueblecito cercano a Carrión de los Condes. Allí disfrutamos muchos
años de la casa de mis abuelos hasta que abuelos, casa y pueblo desaparecieron
por el paso del tiempo, siendo ejemplo fehaciente y temprano de lo que ahora
llamamos con tristeza y preocupación “la España vaciada”.
La primera
vez que, llena de ilusión, vine a Monleras, fue un día de abril de 1987. Las
cunetas estaban salpicadas de amapolas y una naturaleza alegre, festiva, de un
verde brillante flanqueaba la carretera. A medida que nos acercábamos, un
bosque de encinas anunciaba los dominios del municipio.
La abuela
María
Josefa nos estaba esperando con una paella a la lumbre. El
abuelo José, Segundo y Pilar-mis futuros suegros- nos acogieron con mucho
cariño y alegría. El pueblo era una novedad para mí y yo-supongo-era una
novedad para ellos.
Aquel día
recibí del abuelo José una interesante lección sobre la caza del topo, una
especie de topomaquia deportiva que él practicaba.
Los topos le destrozaban las hortalizas y
verduras del Pocito, su huerto feraz. Él contraatacaba por la retaguardia,
cortando al roedor la retirada y atrapándolo por donde no tenía dientes.
Expulsado el enemigo,
nos sonreía triunfante debajo de su
sempiterna boina.
Por la
tarde, los abuelos paternos, José Antonio y Rosa, nos invitaron a merendar. De
modo que, de oca a oca, pasé de la casa de los Cavila a la de los Rosendo.
Por entonces
la abuela Rosa, haciendo honor a su nombre, tenía en la puerta de su casa unos
rosales trepadores que, sujetos a unos hierros, forjaban un fragante túnel vegetal.
No pude tener acogida más satisfactoria para los sentidos, pues empezó con las aromáticas rosas y terminó con un jamón riquísimo que la abuela, siempre previsora, agenciaba en la tienda del pueblo.
El Monleras
que yo conocí a finales de los 80 era un pueblo que destacaba ya por su amor a
la cultura y que sabía divertirse.
El primer
lugar de ocio que frecuenté fue el café de la Plaza. Céntrico y con animación
continua, especialmente en estas fechas, tenía varias mesas dedicadas al noble
arte de echar la partida. En las cartas se desempeñaban los Ramos con cierta
soltura, incluida mi suegra Pilar, que era diestra en ellas y a la que
difícilmente ganaban en casa.
Las nuevas
generaciones han ido sustituyendo los naipes por otros juegos electrónicos y
virtuales que requieren igualmente habilidad e ingenio, pero en los que prima
el individualismo.
Las
vacaciones de verano al aire libre les permiten recobrar, por fortuna, juegos
más tradicionales que precisan de una participación plural.
Otra afición
en la que se han desempeñado siempre con destreza y excelencia los monlerienses
es el deporte.
Al llegar a
Monleras, José Antonio me regaló una bicicleta para que lo acompañara en sus
correrías por los caminos y una raqueta para el frontón. Me imaginó como
deportista avezada, tal era la confianza depositada en mí.
La primera
salida con la bicicleta fue a Berganciano, para visitar a unos familiares.
Íbamos los dos solos. Pues bien, fuera porque me despisté o porque no controlé
cierto desnivel del terreno, me vine a chocar con él, empotrando mi rueda
delantera sobre la suya trasera. Vamos, que lo atropellé.
Advirtió ahí José Antonio que el arte de Induráin
no era lo mío. Y pasamos a la raqueta, aunque pronto desistí al comprobar que
mi puntería poco certera era un peligro para las cigüeñas que anidaban sobre el
frontón. Intuyo que desde entonces emigran antes.
Como podéis
imaginar, a pesar de que me gusta mucho el deporte, esencialmente prefiero ver cómo lo
practican otros.
Eso sí, me considero una animadora nata.
Aplaudo con energía los puntos de los jugadores en el frontón o el empeño que
ponen en recorrer la Legua castellana niños, jóvenes y
mayores, que para todos hay lugar. Celebro además los logros deportivos de los
equipos del pueblo y de nuestros deportistas más destacados.
Aun así,
durante algunos años me subí a la bici y me atreví a jugar en el frontón con la
raqueta, ambas-faltaría más- del rosa más rabioso
que imaginar pudiérais. Y eso que todavía no había películas de Barbie.
Otro deporte
que se practicaba con gran asiduidad era, aparte de la pesca, la natación, o al
menos el baño, en el embalse.
Cuántas tardes de calor hemos
pasado en sus playas, a la sombra de los árboles, porque Monleras también tiene
su trocito de costa interior, a pesar de que estos últimos años la
pertinaz sequía nos ha privado de esas tardes dulces junto al agua, bajo las
encinas del Cuarto, viendo saltar a las carpas.
Dormitar con
los sonidos desiguales, pero aun así armónicos, de cencerros de vacas y ovejas
que acuden a saciar su sed junto al agua, de pájaros y moscardones, del viento,
de los gritos de los niños excitados por el baño son el mejor ejemplo de un
paisaje bucólico y feliz y en mí han tenido siempre un efecto terapéutico.
Y es que la
naturaleza en Monleras es hermosa. Dispone de un frondoso arbolado y de anchos
caminos que son itinerario de paseos y de competiciones deportivas.
Las aves que
surcan el cielo y anidan en el entorno permiten la observación ornitológica.
Los
atardeceres sobre el horizonte, cuando Portugal se apropia del sol, difunden
unos colores rojizos y anaranjados que, reflejados sobre las aguas del embalse
o vistos desde el Santo, son inigualables.
La noche nos
deleita con cielos diáfanos que permiten la observación de los astros. En estas
fechas, una lluvia de estrellas fugaces, las perseidas, puede disfrutarse desde
Las Cruces o desde el Piornal. El canto de grillos y ranas ameniza la mirada
hacia la inmensidad.
Hasta esta
actividad, romántica y nocturna, es guiada en alguna ocasión por un taller de
astronomía.
Además de
una naturaleza bien conservada, que ha merecido el reconocimiento de diversas
instituciones y la concesión de numerosos premios, el principal activo de
Monleras es su gente.
El monleriense es noble y
trabajador, pues siempre está dispuesto a dar lo mejor de sí mismo en todo lo
que se propone. Es moderado y austero, pues rehúye los excesos y la ostentación
y gusta de una vida sencilla, aunque no carente de confort.
Pero sobre
todo es inteligente y socarrón. Solo hay que ver las críticas
veladas y sin velar que muchas veces se muestran las noches de los disfraces,
al cierre de las fiestas. En no pocas ocasiones se han criticado circunstancias
políticas y sociales con gracia y donaire.
El monleriense se ríe junto con
sus paisanos de estas realidades y de sí mismo en un signo inequívoco de
gracia e inteligencia.
La plaza ha
sido testigo, año tras año, de los disfraces de los distintos grupos,
integrados por familiares, amigos y vecinos.
En numerosas
ocasiones, el disfraz imaginado se gestaba con apenas 24 horas de antelación,
lo que nos ponía a los colaboradores al borde de un ataque de nervios.
A cada uno se le asignaba su papel, su lugar y su momento en la representación.
Algunas
veces, por aquello de la influencia del teatro clásico, prologué las
peripecias, aventuras o bromas que representaban los disfrazados de mi grupo en
la Plaza.
Años después nacieron las peñas que añadirían la nota divertida y gamberra a la inauguración de las Fiestas. La contratación de la charanga con su recorrido por las distintas sedes peñistas ha traído, hasta bien tarde, bullicio, alegría y color.
Este año, no
obstante, nuestra alegría se ha visto ensombrecida por la ausencia de dos personas
a las que les quedaba mucho camino por recorrer.
Quiso el
destino dejarnos sin la presencia de Ángel y Carlos Basas.
Ángel, a
pesar de sus importantes compromisos profesionales en estas fechas, como
Europeos de atletismo, Mundiales y Olimpiadas, siempre hizo todo lo posible por
participar en las fiestas del pueblo que con tanto cariño lo acogió y al que él
tanto quería.
En 2011 nos
deleitaba con un magnífico pregón aquí
mismo trayéndonos la alegría del espíritu olímpico.
Carlos por
su nobleza, simpatía, sentido de la amistad, amor hacia los suyos y hacia el
pueblo ha representado como Mozo en 2022 de forma extraordinaria a la juventud
de Monleras.
A ambos, Ángel y Carlos, os doy las gracias por vuestro enorme cariño hacia todos nosotros, por vuestra calidad humana, y por vuestra colaboración infatigable, desinteresada y llena de ilusión en cuanta iniciativa se os propuso.
Os querremos
siempre, siempre os llevaremos en el corazón.
No quisiera
concluir sin mencionar otro de los aspectos en los que Monleras destaca, junto
con su defensa de la naturaleza y la pasión por el deporte, como es su elevado
interés por el arte y la cultura. La tradición de unos excelentes maestros ha
influido muy provechosamente en el pueblo y en su educación.
En Monleras
disfrutamos de un privilegio nada común al que por costumbre consideramos
habitual. No conozco otra localidad de estas proporciones que presente un
abanico de actividades culturales tan variado, frecuente y selecto.
En música
tradicional se han vuelto a introducir con enorme éxito los paleos y han
florecido otros géneros igualmente atávicos y no menos contundentes, como el
toque del bombo en las rondallas.
Pero también interesan otros géneros más
elevados, como la ópera, por ejemplo. Retransmitida desde el Teatro
Real, es un privilegio y un placer del que también disfruta Monleras desde hace
algún tiempo.
Asimismo,
las artes escénicas, -y este año
se ha inaugurado aquí la vigésimo octava
muestra de teatro-, tienen un papel muy importante no solo en el entretenimiento
y en la educación de las personas, sino como atracción turística del
municipio.
El teatro
nos une, porque lo disfrutamos juntos. Nos refina espiritualmente, porque
plantea situaciones que favorecen la reflexión y la empatía con los personajes
que gozan o sufren en la escena; genera un espíritu crítico porque
nos pone delante de un espejo, en el que vemos reflejados nuestros defectos y
virtudes.
Los artistas que nos visitan se sorprenden del enorme interés que esta oferta cultural suscita entre los monlerienses, desde los más chicos a los más grandes, así como del respetuoso y profundo silencio con que acogemos las representaciones.
Todas estas
cuestiones que he tratado de reflejar y otras muchas que quedan en el tintero
siempre me llamaron la atención y me siguen impresionando todavía hoy.
Yo diría que
Monleras ha ido incorporando lo mejor de la modernidad sin perder sus
tradiciones. Es un pueblo enormemente abierto y acogedor, sensible y solidario.
Quien llega a conocerlo siempre desea repetir, como dice Cervantes de Salamanca, que enhechiza la voluntad de volver a ella a quienes han gozado de la apacibilidad de su vivienda.
Algunos
vinimos a Monleras, gozamos de su apacible felicidad y decidimos quedarnos,
porque cada uno ha de encontrar un lugar donde vivir y donde amar. Y, gracias a
vosotros, este es un lugar propicio.
Invito a
todos a celebrar estas fiestas en nuestro acostumbrado ambiente de cordialidad,
alegría y buen humor.
Los que
tengáis decidido rendir culto a Baco, hacedlo con moderación, que el alcohol
destruye las neuronas, y las de Monleras son de una especial calidad y merecen
protección.
¡Disfrutad
de unas felices fiestas patronales!
¡Viva Monleras!
12-AGOSTO-2023
Cristina González Díez