miércoles, 13 de agosto de 2014

Pregón de las fiestas de Monleras 2014 pronunciado por Ignacia Fidalgo

Queridos vecinos y visitantes, Ángel...
Hace más de treinta veranos que celebramos estas fiestas en Monleras y han sido muchos los pregoneros y pregoneras ilustres que han puesto muy alto el listón. Ser la pregonera este año es una responsabilidad grande y sobre todo un honor.
En muy poco tiempo he tenido que “volver a este viejo sitio donde amé y amo la vida” como cantó Chavela Vargas y os aseguro que ha sido difícil poner palabras a los sentimientos.
Tengo un poco de miedo escénico delante de tanta gente. Pero esto no ha sido siempre así. Sobre los cinco años un grupo de niñas triunfábamos en el centro viejo bailando una copla que ensayábamos duramente con Hermi en el cuartel. Diría que hasta nos había puesto faldas de gitana :
En las cuevas que hay en Graná
ha venido de tierras lejanas
como reina en carroza dorá
una niña princesa gitana;
Tani se llama de nombre,
es más bonita que un sol,
no camela corona real
que camela un gitano español.
Ay Tani, Tani, mi Tani;
Ay Tani, Tani mi Ta;
Ay Tani, mi Tani morena,
gitana más buena no ha habido ni habrá
También estaban las poesías en la iglesia: a la Virgen en el mes de mayo y en la primera comunión.
La tradición actual del teatro y otros espectáculos ya viene de antiguo: dramas y sainetes representados por los actores del pueblo, y circo, cine magia y otros, celebrados en el centro viejo y en casa de Paca y Belarmino.
Las fiestas del Corpus con baile en el ejido del Arrabal, “el lejío de la Rabal” decía yo, donde ahora está el frontón, y el ofertorio, en la plaza, eran acontecimientos importantes. También lo eran los carnavales, con la Vaca Torala que toreaba Braulio con un estilo impresionante y la tía Josefa, tu abuela, Ángel, que hacía confites con “cagalitas” de oveja enharinadas para repartir a los chiquillos.
También íbamos al ofertorio al pueblo de mi padre, Salce, en Sayago, unos nueve kilómetros al otro lado del río. En burro y caballo primero y más tarde en moto, (los cuatro) por Ledesma o Fermoselle.
El río, sin el embalse entonces, era una preciosidad. En verano las madres organizaban un día de lavado general de la ropa de invierno y allá íbamos con carros, sí carros, tirados por vacas, llenos de ropa y niños. Nosotros a bañarnos y a disfrutar mientras las madres lavaban, soleaban, aclaraban, torcían… y hacían todos esos trabajos que realizan hoy las lavadoras en unos minutos.
Fui absolutamente feliz en aquella época.
Éramos sólo cinco en la quinta del 54: Celina, Eugenia, Maite Romero, Isidro el de Dolores y yo. Hace tres años conocí a una Clara que también nació aquí en ese año.
Adoraba la escuela y aprendí a leer enseguida. Corrí a anunciarle a mi abuelo Mariano que me andaba ya por la segunda cartilla y leí de corrido las dos primeras planas. A mi abuelo, que era ciego, le gustaba que yo le leyera el periódico. No fui capaz sin embargo de aprender el ritmo de “Las panaderas” que él nos enseñó y toca muy bien mi hermano, Anselmo; He probado mientras preparaba el pregón.
Todos los domingos mi abuelo iba al café con su amigo Pedro, de Berganciano y siempre pasábamos a recoger los chochos o cacahuetes que él nos compraba.
Mi tío Cándido, que era además mi padrino, incrementó mi gusto por la lectura con las biografías que me regalaba. Doña Juliana lo incrementó aún más: Todas las mañanas leíamos El Quijote y nos divertíamos de lo lindo con sus aventuras.
Hacía frío entonces en la escuela y llevábamos nuestra rejilla, una latita con lumbre, para calentarnos. En el recreo íbamos con alguna mayor a buscar agua caliente a casa de la señora Presenta para mezclar con la leche en polvo.
Yo no tenía ninguna preocupación y pocas tareas: ayudar a mi abuela Ignacia a echarle de comer a las gallinas; ir a buscar leche a casa de los tíos de Casita, Áurea y Baltasar y a casa de Perpetua y el señor Demetrio que siempre estaba con sus bromas.
A los diez años fui interna a Salamanca. Allí estaba Jovita, una teresiana de Monleras, que me introdujo en el colegio.
Todas las semanas mi madre enviaba la bolsa de ropa limpia en el coche de línea. La bolsa incluía dos o tres babis (así llamábamos a las batas) blancos, que ella lavaba en una pila con agua que tenía que sacar del pozo. No teníamos lavadora, ni siquiera agua corriente. Mis alumnos no podían comprender que en mi casa no tuvimos televisión hasta mis diecisiete o dieciocho años, lo del agua corriente les parecía cosa de la prehistoria. Mi madre tenía además un montón de duras ocupaciones.
Siempre volvía al pueblo en las vacaciones. Muchas niñas de mi edad trabajaban duramente en el campo y en casa y algunas salieron de aquí con catorce años o antes para trabajar fuera. A esa edad ya íbamos al baile que se celebraba en casa de Paca. Me pasaba muchas tardes en casa de Lázaro y Lidia con mi amiga Isabel.
Cuando fui a la Universidad coincidí con José Antonio Pascual, de Monleras, que fue mi profesor de lengua. En aquellos años José Luis Martín, también de Monleras, fue decano de la facultad de Filosofía y Letras. Yo estaba muy orgullosa de mi pueblo. Un pueblo que destacaba entre los pueblos de alrededor por el compromiso de sus habitantes y gobernantes con la educación, la cultura y la defensa y promoción del mundo rural.
A finales de 1977 me fui a Barcelona y en agosto del 78 me casé. Mis amigos de Guijuelo me han dicho que no olvide mencionar mi boda que ha sido la más sonada a la que han asistido. Hubo tres días de celebración, como se hacía antes y baile en la plaza.
No perdí el contacto con Monleras. Con esta boda entré a formar parte de la familia de Isidro García, enamorado incondicional de este pueblo al que volvió desde Barcelona para quedarse definitivamente. Con estos lazos familiares fui sobrina del tío Lorenzo, que organizaba en estas fechas una tremenda cena para celebrar su santo con todos los hermanos y sobrinos.
Mis padres y mi hermano con su mujer y sus hijas, están aquí y he seguido viniendo en las vacaciones escolares, primero acompañada de mis hijos Pablo e Ignacio y luego sin ellos. En Monleras vive mi amigo Titi, Constantino Montes, todo un personaje y echo de menos a Juanjo que nos dejó hace poco. Hemos aportado nuevos vecinos a Monleras, aunque temporales, Manuel Oca y Marga, nuestros amigos se han hecho aquí una casa. Actualmente coincido con mi amiga Mari Jose Gil que también es del pueblo y viene a pasar algunos días de vez en cuando.
A partir de ahora yo pasaré temporadas más largas en Monleras porque en septiembre empiezo mi etapa de jubilación.
Como veis he forjado parte de mi vida junto con muchos de los que estáis aquí. De aquí en adelante espero que seguiremos juntos con más o menos empuje y deseo que entre todos podamos mejorar el día a día en este pueblo que estimamos.
Disfrutad todos de las fiestas, de los reencuentros familiares y de todas las actividades programadas.
Salud y alegría
¡VIVA MONLERAS!

Ignacia Fidalgo